miércoles, 21 de mayo de 2014

La Patria: proyecto colectivo o abstracción metafísica



Maximiliano Cladakis

   El término “patria” ha sido depositario de diversos sentidos a lo largo de nuestra historia: desde la “patria” de la Liga Patriótica a la “patria” de “Patria o muerte”, sin olvidar los sentidos subyacentes, y antagónicos, de “patria” que fundamentaron tanto el proyecto libertario e igualitarista del primer peronismo como el genocidio perpetrado por la última dictadura cívico-militar. Se trata de sentidos radicalmente opuestos, que no guardan correspondencia entre si más que por las letras que constituyen la palabra en cuestión. Por la “Patria” se asesina, viola y tortura a “comunistas”, “peronistas” y demás “subversivos”, pero, también, por la Patria se es  “comunista”, “peronista” y subversivo”.

   La Patria, o, más precisamente, su sentido, es uno de los ejes de disputa claves en la lucha por la hegemonía político-cultural. La “Patria” es terreno de conflicto permanente. Una palabra que involucra sentidos opuestos, concepciones del mundo contradictorias entre sí, proyectos políticos en disputas que no pueden tener mediación. Una palabra que sólo encuentra su sentido real, es decir concreto, en el campo histórico-político y no en la mera abstracción de los diccionarios. Porque es allí, en dicho campo, donde las palabras encuentran su sentido verdadero. Como decía Sartre: la verdad se revela en la acción. Y es en la acción de los distintos grupos en conflicto en donde se constituyen los sentidos reales del término “patria”.

   En el devenir de nuestra historia, como se ha dicho, han existido varios “sentidos” que llenaban de contenido la palabra “patria”. Sin embargo, estos sentidos podrían ser reducidos conceptualmente, en sus características más generales e importantes, a dos: el del nacionalismo oligárquico y el del nacionalismo popular. Para el primero, la Patria se constituye como instancia legitimadora de los intereses de las clases dominantes de nuestro país. Para el segundo, la Patria se presenta como la realización y concretización de los intereses de las grandes mayorías populares. Es decir, como en casi todas las cuestiones que involucran a la existencia humana, los polos de oposición que constituyen elagon por la Patria se articulan en torno a dos categorías que surcan, en su oposición, la historia de la humanidad: por un lado, los opresores; por otro, los oprimidos.

    La Patria del nacionalismo oligárquico es la Patria de los opresores. Los intereses de la Patria, desde esta perspectiva, se identifican con los intereses de las clases dominantes. Sin embargo, la forma en que se “muestra” esta identificación se encuentra mediada por un proceso de abstracción donde la “Patria” se desliga de lo material, de lo concreto y de la praxis. En El capital, Marx habla del carácter metafísico y teológico con que la mercancía se presenta en el sistema capitalista, lo mismo puede decirse de la forma en que se presenta la Patria en el nacionalismo oligárquico. La Patria, pues (al igual que la “Nación”, la “Democracia” e, incluso, el “Pueblo”) aparece representada como una entidad acabada, cerrada, inalterable, que existe más allá de los hombres. La Patria es una especie transmundo niestzscheano, puro, transparente, limpio, no mancillado por el barro de la historia ni por las disputas políticas.

    Precisamente, esto último es fundamental para la comprensión de lo que nacionalismo oligárquico entiende por “patria”: se trata no sólo de un concepto no político, sino que la patria es lo opuesto a la política. “Hacer Patria” es lo contrario a “hacer política”. Al igual que ciertas corrientes metafísicas y teológicas, el nacionalismo oligárquico lleva a cabo un proceso de inversión ontológica: se realiza una abstracción de sus intereses concretos (intereses de clase) para que estos se constituyan como una  entidad universal, eterna, válida para todos, en nuestro caso, para constituirse en la “verdadera argentinidad”. Lo inmutable de esa esencia, hipostasis de intereses histórico-económicos, se torna un medio de legitimación de las clases dominantes. Enfrentarse a las clases dominantes es enfrentarse a la “Patria”.

    Por el contrario, en el nacionalismo popular, la Patria se constituye como un proyecto colectivo que se relaciona con los intereses reales y concretos de los sectores populares. La Patria no se presenta como una entelequia abstracta e inmutable, sino que tiene un carácter profundamente histórico y, sobre todo, político. Para el nacionalismo popular, “patria” y “política” no son términos antagónicos, sino que, por el contrario, se refieren ineludiblemente el uno al otro. La Patria, pues,  al igual que la política, se revela como el vivir en comunidad. Un vivir en comunidad que se da en la experiencia concreta de los hombres que cohabitan dicha comunidad. La Patria no es un “más allá”, sino que es un “más acá”: el destino de la “Patria” no es, entonces, un destino metafísico, sino que se revela en el destino histórico de los hombres realmente existentes.

   No puede haber “grandeza de la Patria” si hay niños con hambre, si los sectores vulnerables de la población ven mancillados sus derechos básicos, si las mayorías ven reducidas sus expectativas de vida a un mero sobrevivir. No puede haber tal “grandeza de la Patria”, porque, justamente, la Patria la constituyen los niños, los sectores vulnerables y las mayorías. “Hacer Patria” es, por lo tanto, “hacer política”, una política que beneficie los intereses del Pueblo. Y, en este sentido, “Pueblo” no es una abstracción,  sino que se refiere, como en Gramsci, al conjunto de clases subalternas. Lo que significa que, a diferencia de su caracterización oligárquica, la Patria popular reconoce los conflictos políticos, sociales y económicos que habitan en su seno.

   Y aquí nos encontramos con una de las diferencias axiales entre la Patria oligárquica y la Patria popular. Una se funda esencialmente en el concepto de mismidad, la otra, en el de alteridad.

   La Patria oligárquica, al igual que la mayoría de los fetiches metafísicos, se arraiga en el concepto de mismidad: la Patria es igual a sí misma. En su imperturbabilidad ontológica, la Patria es “lo que es”, excluye a lo otro, ya que lo otro es lo que niega su ser sí mismo. Como esencia inmutable, la “argentinidad” es igual a sí misma, toda alteridad le resulta amenazadora. El correlato real de esta paranoia metafísica es la paranoia real de la oligarquía. Cualquier “otro” es una amenaza a sus privilegios. Para el oligarca, “la patria es él mismo”,  por lo que no puede sino repudiar la alteridad.

   Por el contrario, la Patria popular se funda en la alteridad. Al tratarse de un proyecto colectivo en pos de los intereses de las mayorías, resquebraja la parafernalia metafísica y quiebra con la lógica de la mismidad, para comprender al otro como aquel, en quien, al mismo tiempo, la Patria se da y se realiza. Como acontecimiento intersubjetivo, la Patria emerge como un “nosotros” que se constituye a partir del reconocimiento y compromiso con el otro, otro que, a la vez, y como enseña Hegel en la Fenomenología del Espíritu, me constituye en lo más profundo de mi subjetividad.

    Si la historia de nuestro país se encuentra surcada por la disputa entre dos proyectos políticos, el liberal-conservador y el nacional-popular, que es, a su vez, la encarnación particular del conflicto, más general, entre opresores y oprimidos, la Patria y su sentido son unos de los ejes de dicha disputa.  Cuando la Presidenta de la Nación dijo “la Patria es el otro”, sentó una posición clara, precisa, contundente, que devela, al mismo tiempo, lo que ella representa como lo que, por medio de la negación, representan sus opositores.  



jueves, 15 de mayo de 2014

Sobre el aumento de la AUH

  Venas del Sur celebra el aumento del cuarenta por ciento que el Gobierno Nacional ha otorgado a los beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo (AUH). El anuncio realizado por la Presidenta de la Nación se ha dado en medio de un contexto en donde la aristocracia "obrera" nucleada en torno a Hugo Moyano y Luís Barrionuevo llevaron a cabo una movilización cuyas consignas centrales ("inseguridad" e "inflación") son estandartes tradicionales de la derecha vernácula. Nuestro compromiso con el proyecto nacional-popular liderado por Cristina Fernández de Kirchner se reafirma en cada acto, y, como si hiciera falta, cada acto de la oposición (política, mediática, sindical, eclesiástica) no hace sino reafirmar dicho compromiso. Consideramos que las categorías "izquierda" y "derecha" siguen tan vigentes hoy como siempre, no desde un ideologicismo  abstracto, sino en la praxis política concreta. En esa praxis, queda claro quien esta de cada lado. El Gobierno Nacional velando por los intereses de los sectores más vulnerables de la población; la oposición custodiando los privilegios de las elites que constituyen el poder real en nuestro país.




domingo, 11 de mayo de 2014

Venas del Sur repudia la declaración “felices los que trabajan por la paz”


  La “Conferencia episcopal Argentina” quien firma la declaración, y  afirma “que la Argentina está enferma de violencia” motiva nuestro repudio, pues la declaración se produce mientras se recuerda el asesinato del cura Carlos Mujica y se prepara una movilización opositora al gobierno, en la que Hugo Moyano y Luis Barrionuevo, sus auspiciantes, ponen en primer plano lo que llaman “inseguridad”.

 “Los trabajadores nos dicen que tienen miedo de salir a trabajar y de volver a su casa” declaró Hugo Moyano. En el punto dos de la declaración, los “episcopales” dicen: “Muchos viven con miedo al entrar o salir de casa, o temen dejarla sola”

   Concluimos que la entidad de la citada declaración, tanto en su contenido como en la  oportunidad en que se emite, es meramente política. Lo que no está mal si no se ocultara tras pesadas capas púrpura de los unos y reclamos legítimos de los trabajadores, de  los otros.

   Ya que estamos en el plano político y jurídico todavía esperamos una declaración oficial de la iglesia sobre la pedofilia (caso Julio Grassi), delitos de lesa humanidad en centros clandestinos de detención (Christian Von Wernich) y corrupción (Aldo Vara) imputado por crímenes de lesa humanidad, no obstante su pedido de captura, pues se encuentra prófugo, cobra su sueldo a través de un apoderado. Estimamos que si la Argentina está enferma, basta buscar en el botiquín de la historia para encontrar el anticuerpo.






jueves, 1 de mayo de 2014

El regreso del Servicio Militar Obligatorio

   Venas del Sur repudia los planteos y dichos acerca de la reimplementación del Servicio Militar Obligatorio para los jóvenes que se encuentran hoy en situación de vulnerabilidad social, los llamados "ni-ni", terminología despectiva, ultrajante y clasista a partir de la cual se intenta demonizar a quienes son víctimas de tres décadas de neoliberalismo y del libre juego del mercado. Un doble castigo : el castigo de ser pobres, y ser castigado por ese castigo; doble castigo propio de la derecha local e internacional.








Deshistorialización y despolitización



Maximiliano Cladakis

   Una de las características de la posmodernidad es la deshistorialización de la temporalidad. A diferencia de la modernidad, en donde la temporalidad era comprendida como temporalidad profundamente histórica, la posmodernidad reduce el tiempo a un presente continuo. Esta reducción configura una conciencia deshistorializada que resulta difuminada en un perpetuo “ahora”: el “ahora” como momento insuperable, como momento “autónomo” de toda relación con las otras dimensiones temporales, como momento a la vez efímero y eterno en que la conciencia se aliena, volviéndose, por lo tanto, una conciencia frágil, débil, una conciencia que se disuelve en la “muerte de la conciencia”, en la “muerte del sujeto”, en la “muerte del hombre”.

   Deshistorializar la conciencia es desubjetivarla, y, por lo tanto, “despolitizarla”. A pesar de algunos no poco valiosos intentos por pensar una política sin sujeto, la deshistorialización y desubjetivación, en el terreno de la praxis, conlleva a la anulación de lo político en cuanto tal. Precisamente, en los momentos de apogeo del neoliberalismo (que coinciden con los momentos de apogeo de la posmodernidad), los poderes económicos, corporativos y mediáticos han desplegado su dominio global sobre una conciencia “muerta”, cosificada en un “ahora” divinizado. En su libro Filosofía política del poder mediático, José Pablo Feinmann lo señala muy bien: la posmodernidad postula el debilitamiento del sujeto, e, incluso, su muerte, al mismo tiempo que el sujeto de dominación se vuelve un sujeto fuerte, poderoso, absoluto (más absoluto que el sujeto hegeliano, dice Feinmann). El sujeto debilitado no es otro que el sujeto dominado; este debilitamiento se da, mientras el sujeto dominador crece y crece, extendiéndose, de manera metastásica, sobre un mundo homogeneizado.

    Precisamente, hay un entrecruzamiento necesario, ineludible, entre subjetividad, historia y política. Un proyecto político que intente transformar el mundo (como lo exigía la tesis 11 sobre Feuerbach) requiere de una conciencia profundamente histórica que supere el mero “ahora”. La deshistorialización de la conciencia anula el concepto fundamental de toda política que tenga, por finalidad, extender el campo de lo posible, como lo requería Sartre. Este concepto no es otro que el de “praxis”. En efecto, la praxis significa la reapropiación y transformación de la historia en pos de un futuro posible, donde lo que “no es” ahora se vuelve una posibilidad futura. La praxis es, al mismo tiempo, negación y afirmación de la historia en una dialéctica en donde se articulan el presente, el pasado y el futuro.

   Este vínculo insoslayable entre historia y política ha sido señalado por varios de los pensadores y autores más importantes de la modernidad y de la contemporaneidad: Maquiavelo, Hegel, Marx, Gramsci, Sartre, entre otros. En el proemio a los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo advierte acerca de la necesidad de la comprensión histórica para la transformación del presente; toda la obra de Marx tiene como finalidad el conocimiento de la historia para  superar el régimen de dominación capitalista; Gramsci sostiene que la política es la historia en tiempo presente; Sartre, en la Crítica de la razón dialéctica, señala los riesgos de una praxis que haga la historia sin comprenderla; los ejemplos, son, por lo tanto, múltiples.

   La historia y la política, entonces, se encuentran ligadas de tal manera que la anulación de uno de los términos implica la anulación del otro. La praxis política es una praxis histórica y la praxis histórica es una praxis política. “Hacer historia” es comprender los sentidos latentes que subyacen en la “historia pasada” (que nunca es, realmente, del todo “pasada”) reasumirlos en una praxis que transforma lo dado y abre el horizonte hacia una nueva etapa histórica. Y eso es política.

    Vale destacar, también, que la historia, en cuanto tal, se constituye como el entrecruzamiento dialéctico de las acciones particulares y colectivas. El tiempo histórico es, por lo tanto, un tiempo esencialmente intersubjetivo. La historia es “nuestra” historia, la historia es, siempre, historia colectiva. La reducción posmoderna del tiempo como “tiempo-ahora” quiebra, pues, con las lógicas de lo colectivo, para serializar  las conciencias, reducirlas a un mero “yo” abstracto, conllevarlas a la categoría de “individuos” a partir de la cual, cada uno es principio, medio y fin de todo obrar , al mismo tiempo que repetición constante de la penetración ideológica de los poderes fácticos que, en posesión no sólo de los medios de producción sino también de los medios de comunicación, instauran el hegemónico discurso del  “yo”. Ahí está la paradoja: el hombre serializado se considera lo universal desde la más absoluta individualidad y repite, discursiva y prácticamente, todo lo que los demás individuos serializados. El hombre serializado se regodea en su “unicidad absoluta”, pero esa “unicidad absoluta” es una introyección de la ideología dominante, que afirma, en cada uno, la propia unicidad, para ejercer, así, su poder de dominación. Es decir, la unicidad del hombre serializado es la unicidad de un Ford T en una cadena de montaje.

   Ahora bien, la condición de posibilidad de la política es la conformación de un sujeto colectivo que exceda tanto la individualidad como la reducción del tiempo al “ahora”.  La política requiere de un “nosotros” que se constituya históricamente y que se proyecte hacia el futuro como un sujeto colectivo que no sea la mera sumatoria de “yoes” (justamente, la sumatoria de “yoes” es lo contrario a un sujeto colectivo). La deshistorialización de la conciencia es, por tanto, uno de los principales desafíos para la política. En efecto, la constitución de un proyecto político que tenga por finalidad superar lo dado implica quebrar con dinámicas inmanentes al orden de dominación mundial, un orden al que muchas de sus propias víctimas sucumben, hipnotizadas, fascinadas, como la cobra frente a sus encantadores.




¿Quienes somos?

    Venas del Sur es una agrupación político-cultural cuyo ideario se inserta en la tradición de izquierda nacional-popular latinoamericana. Partiendo de la premisa marxiana acerca de la ineludible relación entre teoría y praxis como dos momentos de un mismo movimiento cuya finalidad es la transformación del mundo, comprendemos que el pensamiento, el discurso y la acción constituyen un todo unitario insecindible y necesario para la configuración de una realidad más justa, más equitativa, más libre e igualitaria. Nuestro compromiso es, pues,  para con los oprimidos, excluidos y explotados, nuestras actividades están orientadas hacia su emancipación. Y por ello mismo, y al sabernos constituidos por una trama histórica que nos interpela, adherimos, apoyamos y nos sentimos partícipes de los proyectos progresistas y populares que surcan hoy las venas de América Latina. El kirchnerismo, el chavismo, la experiencia plurinacional y libertaria encabezada por Evo Morales, la Revolución Cubana, son algunos de nuestros marcos histórico-políticos de referencia. Somos latinoamericanos, somos del Sur, es decir, somos aquel continente que, durante siglos ha sido explotado y vejado por las grandes potencias mundiales, destinando al hambre, la muerte y la ignominia a millones de seres humanos. Y que, desde comienzos del Siglo XXI, ha visto renacer  nuevas esperanzas y a enarbolar sus banderas más dignas. Así como sabemos que América Latina ha recomenzado un proceso de liberación y ampliación de derechos para con sus habitantes, sabemos también que la amenaza se cierne constantemente sobre nosotros. Una amenaza que tiene varios rostros (el imperio yanky y sus sicarios europeos, las clases dominantes de la región, los medios hegemónicos de comunicación, etc), pero cuyo objetivo es el mismo: derrocar a los proyectos progresistas y populares que se han vuelto gobierno, desarticular todo vestigio de que "otro mundo es posible" para volver a someternos a un regimen predatorio y hacer de la miseria el destino de millones. La tarea es, por lo tanto, doble: por un lado, consolidar y profundizar los caminos iniciados hace alrededor de una década; por otro enfrentar a ese poder omnívoro que se alza constantemente contra nosotros.